La posibilidad del asombro
Una emoción que requiere tiempo y silencio
«Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.
La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que en su gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo... es desafiada por este punto de luz pálida.»
– Carl Sagan, extracto del libro Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio.
Siempre estuvo ahí. Cuando éramos niños, el sentido de la maravilla nos esperaba a la vuelta de cada esquina. El mundo era nuevo y todo estaba por estrenar. Me pregunto a qué edad dejamos de escuchar con otros ojos.
«El asombro es algo antiburgués», dijo el filósofo Josef Pieper, y a continuación se hizo la pregunta: ¿pero qué significa aburguesamiento en sentido espiritual? A lo que respondió sosteniendo que nuestros fines inmediatos y la cotidianeidad embotan nuestra sensibilidad hasta el punto de hacer que las cosas parezcan tan compactas y evidentes que les sea imposible transparentarse, alejando definitivamente la posibilidad de experimentar el «atónito mirar a la faz maravillosa del mundo».
Si damos todo por sentado, ¿qué espacio nos queda para el querer saber? La curiosidad puede ser un antídoto contra esa inercia, pero no cualquier tipo de curiosidad nos sirve. Una que se muestre desbocada y desmedida nos conducirá a engullir información sin control ni sentido, y el saber necesita de una curiosidad que tenga cura y dirección, que ilumine espacios que han quedado ensombrecidos por falta de atención. Una curiosidad que puede llegar a transformase en studiositas, esa virtud moral que, según Tomás de Aquino, gobierna nuestro anhelo por comprender la realidad para acercarnos a su verdad.
En la mitología de la antigua Grecia, existía una divinidad que encarnaba esa capacidad de iluminar los rincones oscuros con su sola presencia: la diosa Iris, la primera mensajera de los dioses, mucho antes que Hermes. Hija de Tauma, el dios marino de la maravilla y el asombro, esta deidad se representaba como una virgen con hermosas alas doradas y una túnica iridiscente, simbolizando el arcoíris que aparece al final de la tormenta. Platón estableció una conexión etimológica entre su nombre y la palabra eireín que significa hablar. De este modo, el mito de esta divinidad encarnó la dialéctica y la filosofía, nacidas según el filósofo del asombro, origen de la reflexión y de la discusión filosófica.
Es muy propio de un filósofo esta pasión: el asombrarse. La filosofía no tiene otro principio, y aquel que hizo de Iris la hija de Tauma no hizo una mala genealogía
Platón, de su obra “Teeteto o sobre la ciencia”.
Etimológicamente, 'asombrar' significa involucrarse en la sombra u oscuridad que provoca terror o admiración ante la maravilla. Para salir de ese estado, necesitamos la luz (personificada por Iris) que favorece el conocimiento relacionado con la capacidad de ver y de comprender lo que se ve.
Aristóteles dijo, «el que plantea un problema o se admira, reconoce su ignorancia». La admiración del filósofo no busca alejarse de lo cotidiano, sino de las interpretaciones corrientes para cuestionarlas desde la distancia. Es esa mirada extrañada la que nos permite experimentar el asombro: ver lo familiar como si fuera nuevo, deshaciéndonos de los automatismos aprendidos para volver a ver lo que el hábito ha hecho invisible a nuestros ojos.
La maravilla es una súbita sorpresa del alma, que hace que se ponga a considerar con atención los objetos que le parecen raros o extraordinarios […] Hace que aprendamos y retengamos en nuestra memoria las cosas que antes ignoramos; pues no admiramos más que lo que nos parece raro y extraordinario; y nada más puede parecer tal sino porque lo hemos ignorado, o incluso porque es diferente de las cosas que sabemos, pues esta diferencia es lo que hace que se llame extraordinario.
René Descartes, fragmento de la obra Las pasiones del alma.
Leí en algún sitio que el asombro es una emoción que sirve para poco pero vale para mucho. La necesidad actual de medir todo por su propósito utilitarista imposibilita vivir la experiencia de la maravilla. El asombro no evalúa la realidad, no nos proporciona parámetros de utilidad, simplemente nos hace ver las cosas tal cual son. Al experimentarlo, sentimos que trascendemos lo ordinario para comprender la inmensidad.
De hecho, el psicólogo Abraham Maslow categorizó el asombro como una «experiencia cumbre» junto a emociones de reverencia, humildad o entrega total. Todas ellas coronan la pirámide que lleva su nombre, el último peldaño de la jerarquía de necesidades humanas. Maslow las describió como «experiencias raras, emocionantes, oceánicas, profundamente conmovedoras, exaltantes y elevadoras que generan una forma avanzada de percibir la realidad, y que son incluso místicas y mágicas en su efecto sobre quien las experimenta».
El asombro no será posible sin la posibilidad de detenerse, preguntarse, olvidarse por un instante del reloj. Lo cual, sin ninguna duda, requiere de tiempo, de nuestro tiempo.
Juan Luis Fuentes Gómez-Calcerrada: El asombro, una emoción para el acceso a la sabiduría.
No necesitamos esperar a que un fenómeno extraordinario o una situación admirable sucedan para experimentar el asombro. La mayoría de las veces, el asombro pide tiempo y silencio. Pide mirar al mundo sin prisa para poder escuchar atentamente al ser de las cosas, a la verdad de la existencia «en su plenitud asombrosa».
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Bibliografía y webgrafía:
PIEPER, Josef. Defensa de la filosofía (SIN COLECCION). Herder Editorial; N.º: 6 edición (10 marzo 1989). ISBN-13: 978-8425408069
WIKIPEDIA, Peak experience. Recuperado de: https://en.wikipedia.org/wiki/Peak_experience