Apresurarse con lentitud
El derecho al tiempo para la vida
«La cuestión es que la tecnología nos permite realizar aquello con lo que siempre soñó el ser humano: estar permanentemente atareados. Nada desesperaba más a los hombres primitivos que todo ese tiempo libre malgastado […] Afortunadamente, ahora podemos reírnos de esa época ya que, si queremos, siempre tenemos algo urgente que hacer. Solo hay que esforzarse un poquito»
Alex Ginseng, del libro Que gestione el tiempo tu puta madre, el arte de exprimirte a ti mismo
❧ Legionarios del momento
Simultaneidad de tareas, inmediatez, presentismo continuo, alerta permanente, falta de descanso… En nuestra sociedad la velocidad es un gran valor cultural y a ella hemos asociado otros valores como la innovación, la productividad y la eficiencia. La aceleración constante que experimentamos a diario nos impone ser capaces y veloces, adaptables, hacedores permanentes, competentes, aprendices continuos, devotos del futuro, olvidadizos del pasado, pero siempre útiles y dispuestos. Nos hemos convertido, como dijo Goethe, en «legionarios del momento».
Cultural y socialmente aceptamos el rendimiento continuo como un rasgo hiper positivo, puesto que la fatiga y la sensación de discapacidad quedan relegadas a los márgenes de la nueva lógica de productividad.
Creamos y consumimos información, imágenes y contenido a una velocidad frenética buscando provocar y recibir el agrado inmediato, la comunicación acelerada de un «me gusta».
Recibimos información en un estado de continua distracción sin tomarnos el tiempo necesario para que algo nos impacte porque en ese mismo instante ya está aconteciendo lo siguiente. La atención, el pensamiento y la comprensión quedan eclipsados en esta sobreabundancia de datos que hiper estimula nuestro sistema de recepción.
Nueve segundos es el tiempo medio que dura nuestra atención, según el autor Bruno Patino. La capacidad de concentración está disminuyendo década a década engullida por el mar infinito de una novedad que nunca cesa.
❧ Una nueva belleza
Históricamente, no somos la primera sociedad en pensar que vivimos en un tiempo de aceleración sin igual. Fue en el año 1903 cuando el sociólogo Georg Simmel advirtió en su obra La metrópolis y la vida mental sobre la existencia de una sociedad acelerada y el efecto desorientador que estaban provocando las urbes modernas al confrontar violentamente el espacio íntimo de las personas con el espacio público de la sociedad y la ciudad.
Paralelamente, en esa misma década, surgía en Italia el movimiento futurista. Su famoso manifiesto, firmado por intelectuales, escritores, poetas y pintores, entre otros puntos exponía: «Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad […] El Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros ya vivimos en lo absoluto, porque ya hemos creado la eterna velocidad omnipresente».
Fue en ese momento histórico cuando empieza a instaurarse el culto a la velocidad. El progreso tecnológico y la innovación científica contribuían a abrir caminos hacia un futuro prometedor. La difusión de la Teoría de la Relatividad Especial en 1905 revolucionó la concepción tradicional del tiempo y el espacio, y su impacto se extendió a campos tan alejados como la filosofía y las artes.
«La técnica ha desarrollado la velocidad. Hay una velocidad inicial que es la velocidad de lo vivo, la velocidad metabólica, la velocidad de las células. El progreso de la historia es el progreso del motor»
Paul Virilio
Inventos como los trenes, automóviles, aviones, telégrafos y teléfonos traen consigo una aceleración exponencial y una evolución en el modo de percibir el tiempo. La velocidad de los medios de transporte y el desarrollo de nuevas tecnologías ha redefinido constantemente a lo largo de la historia cómo comprendemos y utilizamos el tiempo. Si en la sociedad preindustrial el tiempo era cíclico y repetitivo, el ritmo de vida lo marcaba la naturaleza y la economía del tiempo no se conocía, con el inicio de la Revolución Industrial comienza a gestarse la moderna concepción del tiempo. Las innovaciones técnicas, el auge de las grandes urbes y el desarrollo del capitalismo convierten el tiempo en un valor económico. El reloj se transforma en un elemento fundamental de la era industrial. El tiempo de trabajo, comida y descanso empiezan a cronometrarse con una precisión mecánica y la autonomía temporal del sujeto queda supeditada a favor de la productividad. Aun así, no es hasta el siglo XX que la unidad temporal se hace cada vez más breve. El control constante del tiempo se incorpora a la cotidianeidad y los momentos comienzan a ser bastante más efímeros que en el pasado. A mediados de este siglo se produce lo que se ha denominado como la Gran aceleración, un índice de crecimiento de la población y de la producción industrial sin precedentes. Es en ese momento de la historia cuando la velocidad empieza a significar no solo avance, sino también éxito y poder.
Y así llegamos hasta el momento actual, instalados en la sociedad de la información y en la instantaneidad de la vida social. Es el tiempo lo que hoy define y regula nuestro horizonte vital.
❧ Apresurarse con lentitud
Contaba Walter Benjamin que, hacia mediados del siglo XIX, era de buen gusto sacar a pasear tortugas con correa por los bulevares de París. Esta extravagancia, propia de los flâneurs de la época, era una muestra desenfadada de resistencia hacia el ritmo veloz del progreso que estaba desarrollando el productivismo capitalista.
La tortuga, en este caso, representa el extrañamiento del tiempo acelerado. Este animal, símbolo de la realidad existencial, se ha representado en muchas culturas como sostén del mundo. En la paradoja del filósofo Zenón de Elea, fue la tortuga la que venció a Aquiles, el corredor más veloz de la antigüedad y en la fábula infantil fue capaz de derrotar a la liebre.
La lentitud como virtud también aparece en la locución latina festina lente, «apresúrate lentamente». Utilizada por el emperador romano Augusto como lema personal, se hizo famosa a lo largo de la historia por los humanistas Aldo Manuzio y Erasmo de Rotterdam. El editor italiano tomó este oxímoron como máxima de su imprenta para comunicar el cuidadoso trabajo de sus ediciones impresas. Erasmo, fascinado por el trabajo de Manuzio y por la sabiduría que contenían estas palabras, consideraba que este proverbio debía «ser inscrito en toda columna y ser copiado sobre la entrada de todos los templos» porque quien siguiera esta máxima sabría actuar en el momento adecuado y con la medida justa.
¿Por qué ha desaparecido el placer de la lentitud? se preguntaba Milan Kundera al apreciar nuestra época sometida a la velocidad y a «esa forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre». Dada la premisa de que a mayor velocidad, mayor es la intensidad del olvido, Kundera nos ofreció dos respuestas a su pregunta: o bien nos olvidamos de nosotros mismos por el deseo de velocidad, o bien por el deseo de olvidar nos entregamos a la velocidad.
La velocidad hace la memoria esquiva. Hoy día, el pasado se nos presenta fragmentado y difuso en medio de la era de la posverdad y de la desinformación sistemática. Y el futuro parece que ya vive instalado en el presente y que no deja nada para después.
El término presentismo, acuñado por el historiador francés François Harlog, es un régimen de historicidad que describe la forma de estar en el tiempo encadenada al instante presente. Sin embargo, esta palabra también expresa la crisis del futuro actual en contraposición al futurismo de las primeras décadas del siglo XX, donde la confianza en un futuro prometedor impulsaba la aceleración del tiempo hacia un desarrollo deseable (aunque muchos futuristas siguieron esta fascinación hacia el belicismo y el fascismo).
El futuro ya no nos resulta tan atractivo como en tiempos pasados, ya que, según explica Hartog, «es percibido, no más como promesas, sino como amenaza; sobre la forma de catástrofes, de un tiempo de catástrofes que nosotros mismos provocamos».
Ante un futuro confuso y como reacción al tiempo hegemónico impuesto por el capitalismo, surgió hace años el slow movement. Originado en el concepto de slow food de las últimas décadas del siglo pasado, este movimiento sociocultural se apoya en la idea de la lentitud como resistencia efectiva hacia un enfoque de decrecimiento. Según sus principios, desacelerar podría conducirnos de vuelta al bienestar, la serenidad y al ritmo natural que nos permitiría reapropiarnos del gozo de vivir la vida. Esta tendencia hacia la lentitud, basada en prácticas como el consumo local y responsable, el fomento de comunidades solidarias y la práctica de actividades que trascienden las lógicas capitalistas propone «inyectar una mirada diferente sobre el sistema que ya existe», según explica Carl Honoré, uno de sus portavoces más mediáticos.
La rapidez vertiginosa de nuestra época, junto con la falta de tiempo para manejarlo a nuestro antojo nos conducen a valorar el tiempo como lo que es: un recurso limitado. Pero disfrutar del momento no es una posibilidad que esté alcance de todas las personas. Por ese motivo, se ha achacado al slow movement ser una tendencia que apuesta por un cambio desde un enfoque individualista y elitista.
❧ La pobreza del tiempo
«El nuevo sistema del capitalismo cognitivo nos ofrece una sociedad sin horarios ni tiempos. Pasar del antropocentrismo al biocentrismo; del capitalismo al bienestar; del patriarcado al feminismo. Supone cambiar las estructuras de poder. Implica nuevas métricas. Tenemos que cambiar la lógica del tiempo que busca aumentar la productividad para buscar otro tipo de conocimiento para otro tipo de vida no asociado a la aceleración ni a lo numérico»
René Ramírez Gallegos
En un momento como el actual, en el que la línea divisoria entre el trabajo y la vida personal se está desdibujando y en el que la mentalidad predominante nos insta a exprimir nuestro tiempo al máximo, a menudo a costa de nuestra salud, con efectos como el agotamiento y la desmoralización, surge la cuestión de si una ineficaz gestión del tiempo y de la productividad responden a un problema de mala organización personal o si, en realidad, lo que subyace es un fallo estructural y un problema social.
La falta de tiempo es una dimensión invisible de la pobreza. Si en nuestra sociedad tiempo y dinero son intercambiables, podemos apreciar la desigualdad existente al reconocer que el tiempo de cada individuo no tiene el mismo valor económico. La escasez de tiempo suele estar vinculada la mayoría de las veces a marcadores de género y clase.
La gestión del tiempo y su organización no deberían abordarse únicamente como un problema personal y subjetivo que se soluciona con el voluntarismo de cada persona, sino que deberíamos considerarlo en un contexto más amplio como un problema estructural y social que afecta principalmente a las personas que están en situaciones precarias, así como a las mujeres.
El acceso al tiempo se distribuye de manera desigual entre la población mundial, lo que da lugar a formas de pobreza temporal en todos los países. Algunas instituciones públicas están dando un paso adelante para garantizar el derecho al tiempo a través de políticas que incorporan la dimensión temporal en la gestión de la pobreza. En 2022, se firmó la Declaración de Barcelona sobre las políticas del tiempo, la cual fue respaldada por 75 instituciones a nivel mundial. Estas instituciones se comprometieron a colaborar para convertir el derecho al tiempo en un derecho ciudadano, con el objetivo de mejorar la salud, la sostenibilidad y la igualdad para todas las personas.
Podríamos preguntarnos si en nuestra época del todo velociférico es posible habitar otras formas de tiempo utilizando nuestra inventiva, pero sin incurrir en revoluciones luditas. Cuestionar la posibilidad de revertir la valoración del tiempo bajo las lógicas capitalistas y neoliberales. Mudar la creencia de que el tiempo es un recurso escaso, cuyo acceso y abundancia solo se logran mediante la voluntad personal y el dinero, hacia una concepción del tiempo como un bien común disponible, accesible y disfrutable por igual para todos.
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