Perdidos en Gepetelandia

¿Es la identidad humana la que se está volviendo artificial?


 

Aún conservo la manía de tomar apuntes a mano. Me he dado cuenta de que para mí es el camino más cómodo, aunque sea el más largo, de poder aprehender las palabras y los conceptos.

Muchos de estos boletines comienzan en un cuaderno que voy llenando de apuntes. No me importa acabar escribiendo en vertical o diagonal, aunque muchas veces las palabras acaben pisándose entre ellas y el resultado final de la página sea un galimatías demasiado difícil de mirar.

Sin embargo, cuando diseño me sucede todo lo contrario. Hago bocetos rápidos y escuetos de las ideas y con ansia me dirijo rápidamente al ordenador para empezar a trabajarlas y comprenderlas de una forma que sea más amable para la vista. La tosquedad de las ideas plasmadas en el papel me molesta e intento pasar rápido por esta etapa. Posiblemente, porque cuando empecé a estudiar diseño la tecnología ya era omnipresente en esta disciplina.

Hace pocos días leí en un perfil de LinkedIn esta frase: «Figma no es donde sucede el diseño». Y así es, las herramientas tecnológicas que tenemos a nuestra disposición aún no paren diseño. El diseño (todavía) nace de la palabra y por ende, del pensamiento.

«Diseñar es como escribir, escribir es como diseñar» es el paralelismo que acuñó el diseñador Don Norman cuando un alumno le sugirió que crear un diseño fácil de entender y de usar era como escribir un texto que fuera fácil de leer y de entender.

En esta fase creativa, en la que ordenamos palabras y conceptos para crear un relato inteligible, las manos pueden ser nuestras mejores aliadas y, probablemente, nuestra herramienta más potente y democrática. Heidegger sostenía que las manos piensan y que en cada movimiento de la mano se fabrican pensamientos.

Es necesario redescubrir la inteligencia, el pensamiento y las habilidades de la mano; e incluso más importante aún, la comprensión imparcial y total de la existencia corporal humana es el requisito previo para una vida dignificada

Juhani Pallasmaa, fragmento del libro La mano que piensa

© Wowtiful

 

El humano artificial

Sí, pero… la realidad es que vivimos sumergidos en tiempos velocíferos que no nos están poniendo fácil superar el mínimo. A menudo, quizá demasiadas veces, se espera que un trabajo creativo o de cualquier otra disciplina esté resuelto «para ayer».

Ante esta situación, la inteligencia artificial viene en nuestro auxilio para ofrecernos «soluciones» a golpe de clic y de prompt.

Hoy, son bastantes las plataformas que venden paquetes completísimos de prompts por unos pocos euros. Del mismo modo que, en las redes sociales, cada vez son más los entusiastas tecnológicos que nos hablan de las excelencias de la IA y de cuán útil les está resultando en su trabajo.

Ante esto, podemos suponer que el uso (o abuso) de esta tecnología en nuestro día a día aumentará nuestra dependencia de ella y que el goce y el placer por la creación disminuirán progresivamente.

La IA alivia el dolor del pensamiento y del acto creativo. Aunque el algoritmo no piense en absoluto, nos evita enfrentarnos a la temida hoja en blanco. Como consecuencia, estamos empezando a cambiar el valor de un trabajo con significado, hecho por un ser sensible, pensante y presente, por el relleno automático de espacio. Lo que parece importar es la apariencia de sentido y no el sentido en sí.

Entonces, ¿es la identidad humana la que se está volviendo artificial?

La desatención que están sufriendo los trabajos intelectuales y creativos en forma de precarización y sueldos bajos es también «una forma de desatención de lo humano que nos mata muy despacio».

 

Perdidos en la ambigüedad

Llama la atención que el relato actual que estamos escuchando sobre la IA esté lleno de ambigüedades: hay tecnógrafos que advierten que la IA pone en riesgo la propia existencia de la humanidad, pero a la vez afirman que es la solución a muchos de nuestros problemas. Otros investigadores aseguran que esta tecnología ya es parte del problema de la contaminación mundial debido a su alto consumo energético y a las emisiones que produce de dióxido de carbono, pero que a su vez también es la solución a los problemas derivados del cambio climático. Y a todo esto, también es significativo que los gobiernos vacilen en el modo de reaccionar ante una tecnología potentísima que está en manos de unas pocas empresas privadas.

Estamos viviendo en un escenario tremendamente complejo en el que, como diría Javier García Recuenco, el relato vence al dato. Es la era del storytelling, la de «la alambicada ambigüedad que confunde el discernimiento cognitivo de una multitud embrollada por el malabarismo de los expertos».

Ante estas ambigüedades, podríamos pensar que la tecnología es en sí misma neutral y que lo importante es cómo se utilice. Sin embargo, no nos engañemos: en todo artefacto, los usos posibles y su intención forman parte de su diseño y pueden redefinirlo. Las armas matan, al igual que las personas que las utilizan.

Es más, el problema actual de la IA es que carece de un propósito ético. No existe un consenso sobre su uso más allá de ser una tecnología facilitadora con un marcado sesgo utilitarista.

Estamos a las puertas de una IA general que desarrolle multitareas que quitarán al ser humano la capacidad de hacerlas. Un factor que desestabilizará nuestras sociedades y para el que no tenemos gobernanza política. Con todo, el problema mayor vendrá después, cuando la IA dé un segundo paso, se haga fuerte y desarrolle estados mentales que establecerán una relación de alteridad de tú a tú con el ser humano.

Jose María Lassalle, fragmento del libro Civilización Artificial

El futuro, por suerte, todavía no está determinado, pero posiblemente no pase por creer a pies juntillas que la perfección solo es posible a través de la técnica.

Para activar otros futuros posibles necesitaremos de esas habilidades intelectuales y creativas que están tan precarizadas actualmente, pero que serán imprescindibles para enfrentar la complejidad que se avecina y para imaginar más allá de un futuro preconcebido.

 

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Bibliografía y webgrafía:

Chus Moreno

Diseñadora gráfica con más de 20 años de experiencia.

Actualmente especializada en naming, creación de nombres de marca y en branding.

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